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Anuket

El alma de África: emoción, silencio y calma

Nunca imaginé que África pudiera ser tantas cosas a la vez. En solo unos días, crucé selvas, deltas y océanos. Y en cada paso, una emoción distinta.

Todo comenzó en Ciudad del Cabo, una ciudad vibrante entre el mar y la Montaña de la Mesa. Allí sentí que África tenía mil voces. Desde sus barrios coloniales hasta la brisa del océano, cada rincón contaba una historia.

Después llegaron las Cataratas Victoria. No hay palabras suficientes para describir el momento en que el Zambeze se precipita y la niebla lo envuelve todo. Lo llaman "el humo que truena", y así suena: como el corazón salvaje del continente.

Cruzamos a Botsuana. En el Parque Nacional de Chobe, los elefantes dominan el paisaje. Los vimos cruzar el río al atardecer, mientras el sol teñía el agua de oro. Navegar en silencio, rodeado de hipopótamos y aves exóticas, fue como entrar en otro tiempo.

FOTOS SUDAFRICA, BOTSWANA Y SEYCHELLES 2.png

Y luego, el milagro del Delta del Okavango. Allí el agua se abre paso entre el desierto, creando un paraíso de vida salvaje. En 4x4, en lancha o en mokoro, nos adentramos en un mundo donde los leones nadan, los antílopes se multiplican y cada sonido importa.

Tras la intensidad de la sabana, llegó la calma de Seychelles. En Praslin, todo cambió de ritmo. Días de mar turquesa, caminatas por el Valle de Mai entre palmas legendarias, playas de arena blanca donde el tiempo parecía detenerse.

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Este viaje fue eso: un recorrido por paisajes extremos y emociones opuestas. Rugido y susurro. Polvo y sal. Fuego y agua. Y al final, una certeza: hay lugares que te enseñan a mirar, a sentir, a estar.

África no es solo un continente: es una emoción que cambia de forma en cada paisaje. Y en este viaje, lo sentí como nunca.